Se sospecha que el ajo priviene de Asia Central y que de ahí se propagó al Mar Mediterráneo y de ahí a todas las civilizaciones antiguas. Las evidencias que tenemos de su uso medicinal son desde hace 3,000 AC.
Se encuentran datos del uso del ajo: Grecia y Roma empezaron a cultivarlo para producción. Se utilizaba como
antiséptico, vigorizante y también como alimento. En el Imperio Bizantino: Tramientos de
úlceras, dolores de oído y envenenamientos; mientras que en Egipto creían que
el ajo les daba vigor, los soldados y esclavos lo utilizaban. La nobleza no lo consumía porque creía que no les hacía falta valor. Si lo utilizaban para alejar espíritus malignos, en la tumba de
Tutankamón se encontraron seis cabezas de ajo. Esto influyó para que más tarde se hiciera el mito que el ajo era repelente de vampiros.
Con el tiempo, se observó que el ajo ayudaba en condiciones como tuberculosis, gripes, resfriados, dolores de oídos, muelas. En el siglo VII en la escuela de Salerno se le tomó en cuenta como una de las medicinas más respetadas. En el renacimiento, se utilizó para la peste.
La propagación del ajo por todo el mundo se culminó en el siglo XV, cuando los españoles lo trajeron a sus colonias en América como condimento. Una desventaja histórica, es que deja mal aliento, por lo que también hay numerosas crónicas que detallan vetos de esta hortaliza por esta razón. Fue por su mal olor, que en tiempos isabelinos, el ajo se consideraba “Medicina para campesinos” y era muy utilizado por los marineros ya que tiene la gran ventaja de suprimir las náuseas que provoca el movimiento de un barco en altamar. Existe una opción de consumir
ajo sin oler mal.
El ajo es más que un condimento o un remedio natural, es una hortaliza con una gran historia, prácticamente se utiliza en todo el mundo y sus propiedades lo hacen un referente en muchos aspectos.